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miércoles, 1 de abril de 2015

ACOMPAÑAMIENTO



MIÉRCOLES SANTO (Is 50, 4-9a; Sal 68; Mt 26, 14-25

Me duele, Señor, la Palabra que este día se proclama en la liturgia, el recuerdo de la traición amiga, de la deslealtad terrible de aquel que ha gozado de tu confianza y ha recibido hasta el último momento señales de tu amor.

Resultado de imagen para miercoles santo judas traiciona a jesusMe duele por mí, porque me veo tantas veces envuelto en mi egoísmo mezquino. Pero hoy quisiera ponerme a tu disposición y preguntarte como discípulo: -«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» (Mt 26, 17).

Querría tomar al profeta sus palabras: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50, 4), y decirte, superando mis miedos, que deseo celebrar contigo la Pascua.

Sé que no valen los cumplimientos, que ya no es hora de palabras huecas. Al menos recuerda las que dice el salmista:“El Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos” (Sal 68).

Señor, no estás solo. Hoy hay muchos que se preparan para ir contigo donde Tú vayas, a la Cena, al Huerto, a la Cruz. ¡Cómo impresiona la fuerza de quienes dan la vida confesando tu nombre!

No te eches atrás, Señor. Gracias a tu ejemplo y testimonio, el sufrimiento, la contrariedad, el despojo, la desgracia, la prueba, hasta la muerte tienen un sentido distinto.

Es día de preparación, de obedecerte, de llevar a término tu deseo. Si quieres, déjame percibir en el corazón la moción concreta de lo que deseas. De todas formas, en el Evangelio está expresada de manera muy explícita tu voluntad.

Señor, que no dude nunca de ti ni haga inútil tu ofrenda.

P- Ángel Moero, Benafuente del Sistal

                                                                                                                                                             

miércoles, 4 de abril de 2012

Miércoles Santo




El miércoles santo Jesús no acudió al Templo. Permaneció en Betania en una vigilia de oración. Todo lo que había de decir, lo ha dicho.
La revelación de su identidad es clara. La denuncia del pecado también. Las posiciones de los importantes también están definidas.
Cristo les dice: "Sabéis que de aquí a dos días será la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado"(Mt). Hay presciencia en Jesús. Sabe lo que va suceder, sabe el día y la hora. No le será ahorrado el desconocimiento previo, o la esperanza de que el dolor va ser menor. Lo sabe todo.
 Es consciente de que los clavos van a atravesar su carne, sabe que su cuerpo va ser flagelado, escupido, deshonrado y, por fin, llegará una muerte cruel. Lo sabe, y no huye, porque esa afrenta va a ser convertida en un sacrificio en el que Él va a ser sacerdote y víctima. 
Va a pedir al Padre el perdón para todos, pero lo va a pedir pagando el precio de justicia de todos los pecados. Va ser un verdadero sacrificio expiatorio, como lo simbolizaba el animal que soltaban los sacerdotes que llevaba sobre sí los pecados del pueblo. Pero ahora no va ser un símbolo, sino una realidad. El peso de todos nuestros pecados va a caer sobre Él. Jesús va a ser el inocente que paga por los pecados de aquellos a quienes ama. De esta manera se manifiesta una misericordia que tiene en cuenta la justicia.
Ya había sido profetizado mucho sobre el siervo de Yavé que padecerá para librar al pueblo de sus pecados. Se cumplirá todo hasta el mínimo detalle. El amor no es sólo la satisfacción por el gozo con la persona amada. Es también querer tanto al otro -en este caso todos los hombres- que se busca librarlos de todo mal, se busca liberarlos de las garras del diablo, de las redes del pecado, de la muerte primera, y de la muerte segunda que es el infierno. Ese amor le lleva a no poder soportar que se pierda ninguno. Que todo el que quiera salvarse lo pueda hacer. Por eso no rechaza el sacrificio. Se puede decir que lo ama, aunque el corazón tiemble y la carne se resista. Pero la voluntad es firme. Y el miércoles santo es un día de oración intensa y sin descanso, rodeado del cariño de los suyos, aunque no todos, pues Judas le odia.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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